Ruego celestial por la serenidad del alma

El viaje en busca de paz no siempre es fácil. Vivimos en un mundo donde el caos, la confusión y el ruido pueden ahogarnos, impidiéndonos encontrar ese silencio interno tan anhelado.

Pero la paz, esa paz profunda y verdadera, proviene de una fuente divina. Y es con ese espíritu que, en momentos de zozobra, acudimos a la oración para reencontrar la tranquilidad que tanto necesitamos.

Padre amado, eterno refugio de las almas errantes, al elevar mi mirada al vasto cielo, siento la magnitud de tu amor que abraza todo lo que existe. En el silencio del universo, encuentro eco de tu voz serena, prometiendo la paz que anhela mi corazón. 

Reconozco, Dios mío, que en medio de la tormenta de la vida, Tú eres la calma que mi ser busca desesperadamente.

“El Señor es mi pastor; nada me falta. En verdes pastos me hace descansar, junto a tranquilas aguas me conduce” (Salmo 23:1-2). Permíteme, Señor, sentir el frescor de esas aguas y el descanso de esos pastos en mi interior. Guíame por senderos de serenidad y enseñame a encontrar la paz incluso en medio de la tempestad.

Tú, que conoces las inquietudes que turban mi mente y el peso que carga mi corazón, te suplico que me ilumines y liberes de esas cadenas que oprimen mi espíritu. Que tu amor despeje los nubarrones de duda, temor y desesperación, permitiendo que la luz de la esperanza brille de nuevo en mí.

Sé que la verdadera paz no es la ausencia de problemas, sino la certeza de tu presencia en medio de ellos. Por eso, Padre amado, encomiendo a ti mis preocupaciones y aflicciones. Alivia el tumulto interno que siento y otórgame la claridad para ver tu mano guía en cada situación. Ayúdame a entender que cada desafío es una oportunidad para crecer en fe y confianza.

Despierta en mí la sabiduría para aceptar lo que no puedo cambiar, la fortaleza para cambiar lo que está en mis manos y la lucidez para discernir la diferencia. Confiando en tu misericordia, ruego que me envuelvas con tu manto de paz, que se extienda desde el núcleo de mi ser hasta cada rincón de mi vida.

“La paz les dejo, mi paz les doy; yo no se la doy a ustedes como la da el mundo. No se angustien ni se acobarden” (Juan 14:27). Que estas palabras, pronunciadas por tu amado Hijo, Jesucristo, resuenen en mi corazón cada vez que sienta que la paz me elude. Hazme un portador de tu paz, para que, a través de mis acciones y palabras, pueda irradiar tu amor y serenidad a quienes me rodean.

Gracias, Señor, porque sé que en este mismo instante, estás trabajando en mi vida. Agradezco la seguridad de que, al final de cada día oscuro, siempre habrá un amanecer lleno de tu gracia y misericordia. En tu nombre, el de quien da y restaura la paz, deposito mi confianza y mi esperanza.

Amén.

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